martes, 15 de julio de 2008
Señoras y señores
A veces se desea continuar una discusión, conversación, diálogo, pero ya no están los interlocutores, tampoco el asunto amerita llamar por teléfono o dejar un mensaje en el correo. Se piensa entonces en la posibilidad de grabar o trasmitir esos pensamientos o frases sueltas como quien los archiva en una carpeta, todo menos “perderlos”. Pero entonces, ¿qué engendro resultaría?
Al salir los pensamientos y materializarse de alguna manera se terminaría atrapado en una red, lo que paralizaría toda acción o movimiento y la humanidad sucumbiría ante la necesidad comunicante de cada uno.
¿Será esa red el comienzo del final? No estamos tan lejos. Conozco escolares que llegan a su casa directo al pc para comunicarse con los compañeros que acaban de dejar o continúan sus comentarios a distancia a través del teléfono. Horror al vacío. Otros, como el Cristo de Elqui o el “Gloria a Dios” del centro del Santiago de hace unas décadas, se han expresado públicamente, descargando su pensamiento en un chorro de palabras o en un par de frases que todo lo condensan.
Los escritores ven satisfecha esa necesidad cuando sus libros se venden. Pero los demás, si no damos el paso a través del espejo que lleva a la locura, nos autocensuramos y escribimos cartas de reclamo por la ineficacia o abuso ajeno, nos hacemos vendedores de seguros, grafiteros y/o creamos un blog.
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