viernes, 3 de diciembre de 2010

¿Calidad de vida?


En plena inauguración de una obra del municipio, un candidato a concejal practica el contacto directo. Buena idea, pues no es fácil saber quien es cada uno de esos anónimos postulantes que aparecerán en una lista de desconocidos en poco tiempo más.

Años hace que desearía que algún arquitecto se postulara pues hace muchísima falta en una comuna donde las construcciones públicas y privadas parecen monumentos a la vulgaridad y mal diseño, con montoncitos de ladrillos en plazas y horrores varios. No digo buen gusto pues es una expresión demasiado ambivalente. Vemos como se multiplican los faroles decimonónicos a través de toda la ciudad. ¿Es que nadie se opone contra tal aberración y falta de creatividad?

Se ha proyectado ampliación en avenida 5 de Abril desde la plaza hasta el Templo Votivo. Ya se había enanchado generosamente la acera norte. ¿Para comodidad de los peatones, limpieza, sensación de espacio? Nada. Para que vendedores de toda clase se instalen a lo gitano como las palomas; llegan a espantarlos, se van y sobrevuelan el sitio hasta que pasa el peligro y comienza la exposición otra vez. Caminar se ha vuelto una tarea ardua para no pisar los mostradores de pavimento. Cada día aparecen más. Se comprende que la fiscalización parece un juego en que no pasa nada, aparte de la coreografía cotidiana. Lo peor es que hay kioskos que cuentan con permiso municipal y han aparecido como callampas. Puestos de churros y carne frita agregan humos grasientos al smog. ¿Qué pretende la muy ilustre con su visto bueno a esta feria diaria? Posiblemente votos fijos.

No se puede negar que en la comuna hay sectores agradables en los cuales los habitantes se preocupan del arreglo de sus casas y jardines. Pero la cosa cambia en los barrios comerciales como los situados en pleno centro. La contaminación visual también se muestra en los inmensos letreros de las tiendas y negocios, en letreros portátiles que obstaculizan el paso. En cuanto a la contaminación auditiva, reina en música atronadora usada como señuelo y en la incorporación de locutores que invaden cada rincón de los enormes centros comerciales y supermercados con su propaganda al estilo del señor Corales de los circos. (A propósito, tuvimos un Corales autoinstalado en el gobierno y que en vez de referirse al respetable público, hablaba de los “señores políticos”) Y si alguien se exaspera con las dificultades causadas por tanto despliegue vendedor, responden los aludidos con insolencia: ¿Y qué quiere entonces? ¡Agradezca que no estamos asaltando y robando! O sea, que estas señores y señores del comercio callejero son delincuentes reprimidos. Buen dato.

Imagino las calles como se ven en las maquetas y planos previos: amplias, arboladas, armoniosas, con fachadas libres de gigantescos avisos chillones, luciendo en cambio señales discretas y en estilo acorde con la fachada. Si hay música, que ésta no invada al

cliente ni al transeúnte, que los bancos no sean de uso exclusivo de borrachitos y ambulantes en espera, que el hedor de las carnicerías no invada el aire circundante, que los propietarios de perros los mantengan en casa. Que se puedan plantar flores de temporada

como adorno de las calles, sin que nadie las robe por la noche, que todos cuidemos el mobiliario público: paraderos, basureros, luminarias, que exista un teatro y un cine bien ventilado, podamos ver teatro y no sólo sainetes chabacanos, que se ofrezcan conciertos de

todo tipo de música; en fin, que caminar por las calles sea un agrado para todos y no un suplicio obligado.

Pero esta esperanza tiene una falla importantísima. En las maquetas y planos no aparecen seres humanos reales, sino gente alegre, bien vestida y posiblemente bien dispuesta.

Y no es el caso. Si el grupo humano que deambula por estas invadidas y bochincheras calles sufriera por igual sus molestias, se pondrían de acuerdo y dejarían de comprar a los callejeros, pedirían a los locales ruidosos que bajaran el volumen a un tercio, aconsejarían a los señores Corales descansar un poco la garganta.

Si esto ocurriera, se daría vuelta la tortilla y lograríamos tener un lugar civilizado. Pero todo sigue igual. A la gran mayoría de la gente que aquí vive no le molesta la fealdad, el estrépito, tirar basura al suelo, contemplar los perros enfermos o desvalidos sin que ningún organismo público ni privado se preocupe del asunto, ni parece incomodarles el caminar como borregos por calles invadidas por evasores de impuestos.

En resumen, tenemos lo que merecemos.