lunes, 17 de diciembre de 2007

en la madrugada

de 2007

En la madrugada

Hoy he vuelto, la verdad es que ya la madrugada está hace rato pujando por despertar el día y uno que insomne se refugia en los rincones encamina sus pasos hasta esta esquina.
Es la segunda vez. La primera, la verdad me sentí bien. Me atendió una mujer de edad mediana, con el aire de una gran dama que ha ido rodando por las cuestas de la vida. Fue amable y silenciosa. Bueno, yo también. Me bebí dos copas de tinto y me marché.
Hoy no está la mujer sino un hombre, alto, calvo y de sonrisa fácil. He pedido una copa de brandy y aquí dejo pasar el tiempo pensando en mis circunstancias.
Al fondo distingo la negra madera de un piano de cola.
¿Qué será de mi hermano Amadeo? La verdad es que me atrapan las nostalgias, y más a esta hora en donde los trabajadores comienzan su férrea pelea con el mundo para ganarse el pan.
El hombre detrás de la barra lee el primer periódico de la mañana. De pronto entra un cliente. Es un hombre enjuto, de ademanes energicos. Claro la persona recién duchada que se dirige al trabajo. Saluda al de la barra con gesto amistoso y sin decir una palabra el tabernero le sirve una copa de aguardiente. El cliente se frota las manos para espantar el frío, me contempla de soslayo con curiosidad y se bebe el aguardiente de un trago. Un suspiro de satisfacción y se despide. Yo también respondo a su despedida. Y vuelvo a ensimismarme.
Se ve bien el Café. Es antiguo, está bien cuidado. Casi con cierta coquetería. ¿Será el cuidado materno que hace a los ambientes ser algo así como una cueva encantada, una penumbra iluminada, un útero agridulce donde se arrima uno como a un sueño?

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