Leí con atención el escrito de una compañera que destacaba su molestia por el diario ataque del ruido excesivo que acompaña las actividades diarias y el necesario descanso que debe procurar el silencio, aunque este no sea absoluto, sino que permita captar los sonidos gratos de la naturaleza como el zumbido del viento y el canto de los grillos.
Eso me recuerda el trabajo de los días sábado en la lejana oficina. Lo dedicaba a la revisión de facturas, labor tediosa en extremo, pues debía confrontarla con las órdenes de compra, y las guías de despacho. El recinto estaba silencioso y tal silencio se hacía insoportable. ¿Razones? El simple hecho de estar metida en semejante revisión en un sábado que debía destinarse a otras labores tediosas que eran así postergadas: las domésticas. Para evitar sentirme atacada por la desesperación, recurría a la música, mientras más estruendosa, mejor, ya que sacaba el ánimo a pasear por sobre la sufrida funcionaria que tecleaba incansablemente en la calculadora. Si no hubiera tenido la posibilidad de aturdir el oído con el escape musical, no habría soportado el trabajito.
Toda labor repetitiva, que no ocupa totalmente las posibilidades de atención, necesita de una muleta para no volverse chiflado. Quizá sólo evite centrarse en uno mismo y en las preguntas fundamentales pues puede ser la peor de las compañías, a menos que la salud mental brille como nueva.
¿Alguien está en condiciones de bajar el volumen a cero?