domingo, 25 de mayo de 2008

Conmemoración

Tuve una invitación a conmemorar el centenario del nacimiento del presidente Salvador Allende, ayer sábado.
Finalmente no fui. Me pregunto las razones, aparte de las pocas ganas de salir en la tarde nublada a un barrio poco conocido. Hay varias. Una, que habrá muchas más pues la fecha real es en junio. Otra, es la bobina que se comienza a desenrollar a partir de tal conmemoración.


Había seguido con interés su carrera política y había votado por él desde que obtuve el derecho ¡por fin! a los 21 años. Pero no estaba preparada para su triunfo el 70. Atravesé la Alameda enfervorizada aquella noche del día de elecciones. Parecía el ensayo general de una obra que no llegaría al estreno. Escuché los discursos, tratando de coger al vuelo el optimismo, que llegaba a emocionar. A pesar de todo, parecía imposible que fuera un gobierno normal, imposible que no hubiera atentados, que no resultara interrumpido sea como fuere. Los intereses económicos no lo dejarían seguir adelante.
Durante su corto gobierno, hubo momentos en que las esperanzas se hacían realidad, habían caído las barreras de la censura, se hacían menos notorias las diferencias de clase, el país se sentía más propio que nunca.
Sin embargo, creo que el presidente conocía de antemano su final. Habiendo comenzado la obra no quedaba más que llevarla a cabo de la mejor manera. Hubo momentos muy amargos cerca del desastre. Se hablaba abiertamente del golpe que se tenía por seguro, que se esperaba de un momento a otro. Y, siguiendo las enseñanzas religiosas que demasiados llevamos grabadas a fuego en los archivos internos, todos cargamos la culpa de todo lo que ocurrió. Y esa conmemoración abre la herida que está a medio curar y no habrá ya justicia que llegue a cerrarla.

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