viernes, 16 de mayo de 2008




Tijera de podar en mano, tuve un momento de duda. La hiedra sobre el muro tiene hojas muy grandes e impide el paso de la luminaria esclarecedora de conciencias, pero podarla le dejaría el campo libre ¡otra vez! a los graffiteros. De manera que corté un par de hojas y preferí la actitud conservadora. Esas marcas tribales, esos egos inflados dejan la ciudad hecha un desastre y no estaba dispuesta a dejarles tan promisorio espacio.También he contribuido a dejar marcas, pero fugaces, inocentes, sólo para imprimir una fotografía. Hay algo decididamente tentador en las piedras de una playa. No para lanzarlas a algo o a alguien, sino para cambiar el orden en que están dispuestas en el suelo.Se puede escribir palabras con ellas, formar figuras, dejar mensajes. Al ver los mandalas de Shira Franklin, recordé ese híbrido de pato de zancas largas dejado como marca territorial en una playa de La Serena.

2 comentarios:

Margarita Carvajal Fredes dijo...

El otoño es sinónimo de hojas, sin duda decidirse a cortarlas ya es tema, más si prestan una labor tan noble como ser guardianas de la integridad de tu muro.Quizá sría bueno pensar en empezar a cultivar hojitas que se fumen
besos

Laura dijo...

Una cosa en pensar y otra, salir en La Cuarta