El ataque concertado de los países europeos, instigados y liderados por EE.UU. contra Libia es de una hipocresía increíble. En primer lugar, porque éste último pretende que otro país inicie el ataque, Desde todos los medios se pide el asesinato del líder del país, hecho ya intentado en innumerables oportunidades a través de los años; en uno de ellos mataron a su hija.
El coronel Gadafi ha celebrado convenios con gobernantes de casi todo el mundo, se asegura que dinero libio ha ayudado a elegir a Sarkosy y mutuos acuerdos comerciales exitosos se han celebrado. Jefes de gobierno de todo el orbe han estrechado su mano – se dice que Berlusconi se la besó – pero, aparentemente inspirados por un grupo de civiles que desean la muerte del líder libio (no está claro quien o quienes los inspiraron a su vez a ellos) están enviando todo tipo de armamento de tierra, mar y cielo, para destruir al gobierno que lucha legítimamente por la estabilidad de su país, rechazada su iniciativa de acuerdo con los insurgentes. Los perros le han mordido la mano.
No se trata de romper lanzas por el sistema de gobierno del coronel, sino de preguntarse
cómo es posible una mudanza tan drástica. Se han congelado o confiscado los bienes a su nombre en varios países, seguramente para obviar el cumplimiento de pactos y deudas con Libia y tener abierto el acceso al mayor bien de la tierra a punto de ser invadida: el petróleo.
Ahora Gadafi ordenó algo al fuego. No hay razón alguna para que el ataque se materialice. Pero está cercado por todos lados. ¿Se le permitirá sobrevivir dignamente como corresponde a su rango y trayectoria o se le cazará y destruirá como a un perro rabioso, como hicieron con Sadam Hussein, el antiguo aliado? Quizá estamos todavía a pocos años de ocurrido el hecho, pero la vergonzosa invasión a Afganistán y luego a Iraq, es un horror que se pensó no osarían repetir tan pronto.
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