Asumir la feminidad no es tan duro en estos últimos años, como cuando tuvo que enfrentarlo mi madre, por ejemplo. Al salir del colegio y darse cuenta de que las posibilidades de trabajo eran escasas y los posibles empleos limitados a labores muy secundarias, debió olvidarse de las ilusiones forjadas en sus años escolares cuando la vida real o “de afuera” no entraba a las aulas.
No se puede decir que la situación actual de las mujeres chilenas haya cambiado radicalmente, todavía hay discriminación laboral y salarial, el ingreso a ciertas carreras técnicas y universitarias aún es observado por los hombres con el ceño fruncido y no se les escatiman agresiones simuladas o abiertas.
Recuerdo a un gerente de empresa declarar que en caso de elección entre postulantes a una jefatura, elegiría siempre a un hombre, a menos que una mujer superara claramente a éstos.
Falta una política de educación sexual más amplia y libre de fanatismos religiosos, la sociedad debe reconocer que la mujer tiene derechos sobre su propio cuerpo y es libre de continuar un embarazo no deseado o terminarlo en condiciones seguras. No es posible que los hombres sigan debatiendo sobre el uso de anticonceptivos para mujeres, ya que sólo les compete a ellas hacerlo. Las instituciones no democráticas del país: el ejército y las religiones, siguen siendo machistas, aún cuando el primero ha consentido en dar instrucción militar a mujeres
de manera limitada.
Lo más penoso del asunto es que los hombres se han sentido desplazados de su falso pedestal y se vengan cobardemente usando la única ventaja que poseen: mayor peso y musculatura, que se traduce en descargar su frustración golpeando y asesinando a quienes consideran “sus”mujeres y enemigas.
La educación laica de las actuales y futuras generaciones puede tener la solución a esta odiosa disparidad.
En El Mercurio de los últimos días, un cronista (C. Warnken) se refirió a las prédicas y declaraciones de algunos sacerdotes católicos, criticando su tono melifluo y alambicado cuando tocaban temas candentes con eufemismos, rondando la verdad, pero sin tocarla ni atreverse a llamar al pan, pan. Hubo una andanada de comentarios respondiendo al tema; en muchos de éstos, de varones, se habló de frases “afeminadas”, de hablar con voz de “señora”y otras lindezas que sugerían que en el habla de las mujeres se da la hipocresía, amaneramiento y costumbre de sacarle el poto a la jeringa. Mientras el parecer mujer se asocie con características negativas y ser comparado con una de ellas se considere insulto para los hombres, no saldrán los prejuicios de sus cabecitas.
Por su parte, las mujeres tendrán que eliminar de su repertorio el que decirle “ahombrada” a una congénere, sea la peor invectiva.
¡Feliz día, mujeres, socias, amigas, parientas, compañeras de ruta!
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